Por: Alberto
Alejandro Meza.
Los
saludo nuevamente, ya es viernes otra vez y cómo ya es costumbre les
escribo algunas líneas acerca de nuestro recio deporte de las
máscaras y cabelleras.
Ya
les he platicado el porque la lucha libre mexicana posee misticismo y
magia, cómo y porque desde hace décadas el luchador mexicano se ha
convertido en un ser mítico y poderoso.
Un
punto que hay que destacar es el siguiente: El que la lucha libre en
México lleve vigente más de ocho décadas, se debe al proceso de
valoración que la gente le ha dado a través de los años. Los
aficionados de ayer y hoy proporcionan a la lucha libre un valor
simbólico tan grande, que en la actualidad es uno de los deportes
más importantes y populares y que cuenta con un gran número de
seguidores.
La
lucha libre mexicana independientemente de ser un deporte, un negocio
y un espectáculo, desde que existe es simple y llanamente la
representación de la eterna lucha entre el bien y el mal,
representación que se menciona desde tiempos muy remotos en las
culturas milenarias, (desde hace un chingo de años, Dioses y
Demonios ya de detestaban y se ponían en su madre) y eso la hace
diferente a otros deportes e incluso a otras luchas alrededor del
mundo. En nuestro país desde los años 30`s, y hasta nuestros días,
el luchador debe de tener una doble personalidad y hasta una gran
capacidad histriónica para interpretar un personaje arriba del
encordado.
La
lucha libre mexicana es entonces realidad y fantasía al mismo
tiempo. La preparación, el entrenamiento, los golpes, las llaves,
las rivalidades, son totalmente verdaderas, (y vaya que todo es real,
yo entrené algún tiempo y te paran unas buenas madrinas) al fin y
al cabo es una competencia donde el objetivo es ser mejor que el otro
y derrotarlo basándose en los conocimientos luchìsticos adquiridos
durante los años de gimnasio, además de las malas mañas y las
marrullerías que se van aprendiendo sobre la marcha.
La
fantasía surge cuando uno acude a una arena y se transporta a otra
dimensión, las máscaras y cabelleras se hacen presentes, dioses,
seres mitológicos, criaturas de ultratumba, entes celestiales,
personajes históricos, animales y fuerzas de la naturaleza se
enfrentan entre sí para ser el mejor y obtener la supremacía;
he
ahí el lado fantástico y único de la lucha libre mexicana.
Ahora
bien, no importa si se es rudo o técnico, no importa si se usa una
máscara o se porta una gran melena, lo verdaderamente importante es
estar bien entrenado y ser un atleta, un luchador completo con los
conocimientos suficientes para dar un excelente combate…
Pero
a pesar de que el entrenamiento y el perfeccionamiento de la técnica
luchìstica es sumamente importante, lo indispensable para ser un
buen luchador es precisamente desarrollar un personaje arriba del
cuadrilátero.
Porque
si nadie cree en el personaje el luchador ésta jodido, mejor que se
dedique a vender tacos o a manejar un puto micro.
Para
ser luchador debes ser amado u odiado, pero nunca ignorado.
Si
el luchador técnico se lleva las porras y los aplausos, está
realizando bien su chamba y desempeñando un excelente personaje que
representa la bondad, la justicia y el heroísmo, con lo que se irá
convirtiendo en un ídolo de las multitudes.
Si
el luchador es rudo y es tramposo, montonero, manchado, culero,
desquiciante y el público asistente a la arena lo llena de
majaderías y mentadas de madre a cada rato. ¿Qué significa esto?
Pues que el rudo también está haciendo de maravilla su trabajo y su
personaje será entonces conocido cómo villano, mal nacido e hijo de
puta.
En
lo personal a mi me agradan un chingo ese tipo de luchadores rudos,
cómo El Cavernario Galindo, El Espanto I, El Perro Aguayo (No sé
demonios hacía de técnico un wey de ese calibre) Cien Caras, El
Último Guerrero y hasta el mismo Atlantis, que cómo rudo de verdad
que era desquiciante el cabròn.
Y
aunque en la mayoría de los casos las mentadas se las llevan los
rudos por tramposos, también han existido grandes rudos que han sido
ovacionados por su quehacer luchìstico y por sus artimañas.
Les
platicaba de la importancia y el valor simbólico que se le ha dado a
través de los años a la máscara y a la caballera, tal vez un poco
más a la “tapa”, y les contaba donde y cómo surge y cómo es
que llega a nuestro país y la adoptamos cómo propia hasta
convertirse en un elemento fundamental en nuestra lucha libre, cómo
es que se apuesta y cómo es que se vuelve un símbolo distintivo del
luchador mexicano alrededor del mundo.
Pero…
¿Quién hacía las máscaras? ¿Las hacían ellos mismos? ¿Las
pedían por catalogo? ¿Las compraban en el Walmar? ¿Venían en las
cajas de Zucaritas? ¿O las cambiaban por 3 tapa-roscas?
Pues
no, aquí es donde hace su aparición otro personaje muy importante
dentro de la historia de la lucha libre mexicana:
Antonio
Humberto Martínez
Se
tiene el dato de que Antonio, llega al entonces denominado Distrito
Federal por allá del año 1928, era un chamaco de 16 años de edad.
Venía del Estado de Guanajuato, de la ciudad de León para ser más
preciso y cómo mucha gente proveniente de provincia, acudía a la
cada vez más grande capital del país para probar suerte y hacer
fortuna.
De
oficio zapatero, Antonio tenía un amplio conocimiento en el entonces
negocio del calzado, pero no tenía los medios y por ende carecía
del varo necesario para poner un negocio propio.
Así
que cómo muchos otros, entró a chambear en un taller de zapatos no
muy grande yu después en una fábrica textil. Le chingò bastante
con el afán de subir y no ser siempre un simple obrero, lo cuál
logro y después de un tiempo y gracias a su buen desempeño llegó a
ocupar el cargo de Secretario General del Sindicato de la fábrica
para la cuál laboraba. (Grillo el Sr. Martínez).
En
ese cargo no duró mucho tiempo ya que a él le interesaba el
bienestar de los trabajadores, así que consolidó un sindicato
independiente y éste acto hizo que los
dueños
de la empresa se encabronaran y despidieran, eso si, no sin antes
darle algo de varo cómo liquidación y en efectivo.
La
marmaja que recibió no era mucha en realidad y decide seguir en el
ámbito del calzado y por fin abre su propio negocio llamado
“Zapatería Martínez” en la colonia Santa María la Redonda,
cerca de una Arena de lucha Libre conocida còmo La Arena Libertad
(que en nuestros días ya no existe).
Pero
Antonio, no fabricaba zapatos para un uso cotidiano, se especializó
para hacer calzado para practicar box, futbol soccer y ciclismo.
Y
bueno, teniendo el changarro cerca de la arena, fue inevitable que
Antonio acudiera a ver las luchas, y aunque en su mayoría
participaban luchadores foráneos, el entretenimiento y el gusto por
el deporte del costalazo ya existía.
Entre
los pocos luchadores mexicanos que se presentaban en la Arena
Libertad, estaba “El Charro Aguayo” (Francisco Aguayo Escoboza) a
quién Antonio Martínez apoyaba y seguía.
De
algún modo Antonio y el “Charro” se hicieron cuates y al
enterarse que Antonio se dedicaba a la fabricación de calzado
deportivo le pidió que le hiciera unas botas especialmente para
luchar, ya que en ese entonces “El Charro” subía al ring con
unas chingadas botas de boxeador.
El
calzado de pugilista era muy blando, corto y ajustado, con una suela
muy delgada para aguantar el brincar de puntitas durante varios
rounds.
Guiado
por Aguayo, Antonio comenzó a confeccionar el calzado ideal para
desempeñar la lucha libre. Después de varios intentos fallidos las
botas para luchar eran una realidad: Se ajustaban de manera natural
al pié y la pierna, anchas, largas, con un material más grueso y
resistente para evitar madrearse los tobillos y amortiguar los
madrazos en la columna vertebral en cada lance o caída.
“El
Charro” quedó satisfecho con nuevas botas y mandó a hacer más
pares, para luego recomendar al fabricante y es así cómo Antonio
empieza a tener un chingo de trabajo y harto varo haciendo botas de
luchador, mandando al carajo el calzado para el box y el fut.
Pero
eso no fue todo, el mismo Antonio no sabía lo que el destino le
tenía preparado, sin saberlo el se convertiría en un personaje muy
importante en la historia de nuestra lucha.
Cierto
día “El Charro Aguayo” acudió con Antonio a su negocio a
pedirle otras botas, pero no iba solo, iba en compañía de un
valedor suyo, un luchador gringo de nombre Gordon McKey ¿Lo
recuerdan? Si han dado seguimiento a mis columnas seguro se
acordarán.
McKey
no iba a comprar botas, le pidió a Antonio que le fabricara una
máscara, una máscara que cubriera totalmente su rostro, que se
ajustara perfectamente a su cabeza y que fuera difícil de quitar,
pero cómoda para luchar.
Antonio
aceptó el reto y le tomó varias medidas al rostro del luchador
extranjero.
A
pesar de no contar con los materiales que existen hoy en día,
Antonio realizó un espléndido trabajo (cabe destacar que esa
primera máscara fue confeccionada con materiales para hacer zapatos,
por lo cuál considero que se le debe dar más mérito aún).
También
hay que considerar que al fabricarse con materiales difíciles de
manejar, la máscara del McKey no era ni muy vistosa, ni muy
colorida, pero gracias a ésta “tapa”,
el
luchador norteamericano debuta enmascarado en noviembre de 1934 y
hace su aparición con gran éxito con el mote de “La Maravilla
Enmascarada”
Portando
la máscara que Antonio Martínez confeccionó.
McKey
le solicitó al ahora mascarero que le fabricara más para tener de
repuesto y no sólo él, pronto Martínez adquiere fama cómo
fabricante de máscaras y pronto le comienzan a caer nuevos clientes.
Figuras
de la época acudían a él para que les hiciera sus “tapas”,
luchadores cómo: “El Enfermero”, “El Médico Asesino”, El
Gladiador” entre otros ocultaban sus rostros con máscaras hechas
por Antonio Humberto Martínez.
Con
el paso de los años, Víctor Martínez, hijo de Antonio, preservaría
la tradición de ser mascarero, el nombre y el negocio que su padre
empezó hace décadas ahora son suyos, de hecho tiene su local muy
cerca de la Arena México, donde podemos apreciar la primera máscara
que su padre confeccionó y algunas “tapas” legendarias, cómo la
de “Atlantis”, “Huracán Ramírez” “El Matemático”
“Súper Astro” entre muchos otros.
El
posee ahora el secreto de cómo fabricar máscaras, pero lo más
importante, continúa con el legado de Antonio Martínez: “El
fabricante de máscaras”.
Pues
bien, por hoy concluyo mi columna con éste importante personaje de
la lucha libre mexicana, porque ya les había platicado mucho de la
máscara en México, pero no de quién la fabricó por primera vez en
nuestro país.
Deseo
les haya gustado y nos leemos la próxima semana conociendo más
datos, nombres y hazañas del rudo “deporte del costalazo”.
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