Por: Alberto Alejandro Meza
Los saludos nuevamente con el gusto de
siempre, ya es viernes y es turno del rudo deporte de las máscaras
y las cabelleras.
Pues bien, en el capítulo anterior,
les platiqué acerca de un importantísimo personaje, parte de la
historia de nuestra lucha libre: Salvador Lutteroth González.
Ya que sin su visionaria manera de ver
a las luchas cómo atracción, deporte y negocio, quién sabe que
demonios hubiese pasado con éste maravilloso y duro deporte.
Huérfano desde muy joven, muchacho
trabajador y hasta revolucionario, inspector de Hacienda y después
desempleado, ganador de un buen varo en la Lotería y gracias a su
gusto y admiración por la lucha libre, se convierte en empresario,
construye la Arena Coliseo y la Arena México, abriendo así uno de
los más importantes capítulos de la historia del deporte de nuestro
país: Inicia la lucha libre profesional.
Pero aunque Lutteroth es el
fundador de las luchas, ya he dado algunos datos de que la lucha cómo
competencia y deporte ya existía en diversas partes del orbe, en
distintas culturas milenarias y en tiempos remotos así cómo en
México desde la época de Maximiliano (hasta a ése wey le gustaban
los costalazos).
Así que vamos a lo que nos interesa:
La Máscara….
Cómo preámbulo permítanme decirles,
que la máscara, tampoco es algo nuevo ni exclusivo de la lucha libre
mexicana. Desde tiempos muy antiguos, el ser humano ha utilizado
máscaras, cubre su rostro con otra imagen, con otra cara que lo
transforma en otro ser, en un ente superior, mágico o fantástico o
hasta maligno, con la finalidad de atemorizar a sus enemigos o estar
en contacto con los dioses.
Así es cómo los sacerdotes o
hechiceros de antaño son poseídos por espíritus, ánimas, dioses o
seres de otras dimensiones para hacer llover y obtener una buena
cosecha o para tener una abundante caza al portar una máscara. O en
casos más extremos, para sacrificar a uno que otro pendejo
prisionero de guerra.
Los guerreros milenarios se vuelven
aterradores y superiores, con la fuerza y ferocidad de un león, la
vista de un águila, los reflejos de un gato, la agilidad de un mono
o la velocidad de un cheeta al cubrir su rostro con una máscara.
El simple hecho de llevar
en el rostro una máscara implica una transformación, con el paso
del tiempo se confeccionan de madera, varas, piel o hasta metal. Pero
siempre con un mismo fin: transformarse en otro ser.
Máscaras egipcias, fenicias, vikingas,
celtas, chinas, samuráis, aztecas, etc., todas ellas diferentes, en
cuanto a su fabricación, su aspecto, su uso, todas ellas fabricadas
y utilizadas en distintos lugares, en distintas épocas. Es así cómo
la máscara va definiendo poco a poco una nueva y poderosa
representación, la cuál va siempre de la mano con el misticismo del
simbolismo.
Basta con ponernos una máscara, o un
simple maquillaje para experimentar convertirse en un ser diferente
al que somos todos los días, no importa si tan sólo la usamos unos
minutos, inmediatamente vamos frente a un espejo pa`ver cómo lucimos
y sentir que el “Yo” de siempre se ha ido y que el wey que vemos
frente al espejo es otro. Lo hacemos tal vez no con el fin de hacer
llover o para intimidar al ejército enemigo, lo hacemos simplemente
para salir de nuestra rutina y saber que se siente transformarse en
un ente diferente. Precisamente eso es lo que hace mágica una
máscara, la capacidad que nos permite tener una doble personalidad.
(Hasta el puto Batman se tapa la cara).
Quien podría imaginar que esa prenda
tan valiosa para las culturas antiguas, trascendería y no se
perdería con el correr de los siglos, además de que fue adoptada
por el rudo deporte del costalazo.
Y ya hablando de la lucha libre
profesional en nuestro país, la máscara es un elemento fundamental
y característico de nuestra lucha, no se puede hablar de luchas en
México sin hacer referencia a la máscara, se ha convertido en algo
muy nuestro, muy mexicano y por extraño que parezca, la máscara y
los luchadores que la portaban, no surgieron en nuestro país.
Existen datos de hace un chingo de
años, 1873 para ser más preciso, en Francia, en una exhibición de
lucha grecorromana, apareció el primer luchador enmascarado del que
se tiene registro, que se hacía llamar Le Lutteur Masqué,
¿¿¿Queee???; en español El Luchador enmascarado
(¡Ah no mamen! Pero que pinche original y complejo al que se le
ocurrió el nombre). Estoy de acuerdo y admito que por aquellos días
no existían las máscaras de luchador cómo las conocemos
actualmente, ni la gran gama de materiales, de colores y diseños, sé
que debió haber sido una máscara de cuero, mal hecha y culerona,
pero ¿¿¿y el nombre??? Que no la chinguen.
En fin se considera que éste Luchador
Enmascarado fue de los primero deportistas que creyó en la lucha
cómo competencia, deporte y espectáculo a la vez.
Ahora bien en 1878 nace en Humboldt,
Iowa en Los Estados Unidos otro personaje que daría un
giro a la lucha libre cómo deporte y cómo negocio: Frank Gotch.
Luchador profesional que fue una gran
figura de su época, al igual que su acérrimo rival, el ruso George
Hackenschmidt.
Se enfrentaron en varias ocasiones, la
más recordada fue el 3 de abril de 1908, donde el ruso fue vencido
por el gringo después de dos horas de un durísimo combate. Pero
¿Por qué mencionar a estos dos gladiadores que no usaban máscara?
La razón es que por que ellos, así cómo algunos otros hicieron
crecer a la lucha cómo negocio, cómo deporte y cómo competencia.
Ya que después de ver a estos colosos, todo mundo deseba ver más
combates de lucha libre.
Gotch y Hackenschmidt
hicieron despertar el interés por la lucha, la hicieron grande y
un poco más tarde llegaría la máscara, que aunque la portarían
otros luchadores, le agregaría la magia y fantasía al deporte de
las llaves y contrallaves que lo hacen único.
Otro dato interesante y poco conocido,
es que el cine de luchadores tampoco se originó en México, los
luchadores enmascarados llegan a la pantalla grande en el año 1914,
en una película gringa llamada “The Masked Wrestler” (la
misma estupidez del nombre otra vez. ¡Chingà! ¿Por qué demonios
no se les ocurría otro nombre?).
El filme era de un wey de
nombre E. H. Calvert y el actor Francis X. Bushman
realizó el papel de un luchador enmascarado, el conflicto llega
cuando el wey de la máscara tiene que llevar una doble vida, adoptar
una personalidad secreta.
Entonces la actriz que hacía de novia
de Bushman, dentro de la trama se enamora en secreto del
luchador enmascarado, sin imaginarse siquiera que los dos son la
misma persona. Medio pendejo el argumento, pero hay que entender que
esta cinta fue exhibida hace poco más de 100 años.
Ya para 1915 por fin hace su aparición
el primer luchador enmascarado en los Estados Unidos. Para ser más
preciso ésta aparición se dio en New York, en la Manhattan
Opera House… ¡Ay Wey!
Hubo un torneo donde se hicieron
presentes grandes exponentes de la lucha de aquel entonces cómo Ed
“Stranger” Lewis y Wladek Zbyszko (en casa de éste
último no conocían las vocales) y por supuesto un misterioso
enmascarado llamado “The Marvel Masked” (En fin, ya no
diré nada acerca de los originales nombres). Poco después se daría
a conocer que el wey de la máscara era un gladiador de nombre Mort
Henderson, se cree que se encapuchó inspirándose en una novela
de Archibald Clavering Gunter escrita a finales del siglo XIX
titulada “That Frenchman”.
En un principio ese misterio cautivo a
los aficionados, lo malo es que las nacientes empresas de lucha
empezaron a “clonar” al encapuchado y empezaron a proliferar los
“Marvel Masked” en los “Uniteds”. Lo anterior
aburrió al público gringo y ese interés por saber quién estaba
detrás de la máscara se fue perdiendo poco a poco.
Años después en 1934 en México, un
luchador de nombre Luis Núñez, se entera del éxito que tuvo
en un principio “The Marvel Masked” y decide enmascararse
haciéndose llamar “El Enmascarado” ¡Puta madre! ¡Otra
vez los nombres! Da coraje…
Pero, cómo ya les había comentado, la
máscara no lo es todo, se necesita tener una doble personalidad y
una gran capacidad histriónica para desarrollar un personaje arriba
del encordado, y precisamente por no tener éste desenvolvimiento,
Luis Núñez “El Enmascarado” no tuvo el éxito deseado y
pronto desapareció de la escena luchìstica.
Así que “The Marvel
Masked” llega a México, bueno, ya estaba en nuestro país, era
un luchador de origen gringo de nombre “Gordon McKey”, que
hasta entonces luchaba con el sobrenombre de “Ciclón McKey”,
decide dejar ese nombre y cubrir su cara. La máscara de
cuero que portaría McKey fue fabricada por Antonio
Martínez, otro personaje muy importante dentro de la historia de
la lucha libre en México.
Es así que en noviembre
de 1934 hace su aparición con gran éxito “La Maravilla
Enmascarada” ¡Me lleva el Demonio! ¿Desde 1873 no han podido
inventar otro chingado nombre? McKey supo cómo interpretar su
personaje de manera magistral e incluso nadie se imaginaba que él y
“La Maravilla Enmascarada” era la misma persona. También
sin imaginarlo McKey resultó ser una inspiración para que
los luchadores mexicanos comenzaran a utilizar una máscara. Existen
registros de mexicanos en los años 30 que ya utilizaban una máscara
para luchar, por ejemplo “El Coyote” y “El
Chimpancé”, de los cuáles no se tienen muchos datos. Tal
vez el enmascarado mexicano que mayor éxito tuvo en esa década fue
Jesús Velázquez, mejor conocido arriba del ring cómo
“El Murciélago Enmascarado”. Su recia y misteriosa
personalidad, así cómo sus rudezas lo hicieron un personaje
misterioso y fascinante a la vez.
Es así cómo el fenómeno
de los “Marvel Masked” se extingue poco a poco en los
Estados Unidos y en México surgen cada vez más luchadores
enmascarados y se le empieza a dar un valor simbólico muy grande a
la “tapa”, a tal grado que cuando una rivalidad llega al límite
y dos luchadores ya no se soportan, se odian, se lastiman, se
humillan, llegan a la modalidad de nuestro deporte del costalazo más
importante y mórbida que existe: “Máscara contra Máscara”.
Una lucha uno contra uno
a dos de tres caídas sin límite de tiempo, donde se necesita
fuerza, condición física, amplio conocimiento del llaveo y
contrallaveo y técnica, así cómo se puede recurrir a la rudeza y
artimañas para defender lo más preciado que posee un luchador en
México: “La Máscara”
El ganador la conserva, y
por supuesto que el perdedor debe pagar tributo y entregar tan
sagrada prenda a su verdugo. Algunos desenmascarados al mostrar su
rostro siguen teniendo éxito y aceptación por parte del aficionado,
algunos poco a poco son olvidados hasta desaparecer o portar otra
máscara con otro nombre y otro personaje.
De hecho en los años 30
cuando empiezan las luchas por las máscaras, se tenía la idea que
los luchadores ocultaban su rostro porque tenían horribles
deformidades, ya sea de nacimiento o causadas por algún accidente o
porque se trataba de peligrosos criminales prófugos de la justicia.
Bien, lo anterior ha sido
parte de la historia de los luchadores enmascarados, cómo llega la
máscara a la lucha en México y cómo aquí la adoptamos cómo
nuestra, trasformándola en un elemento fundamental y característico
de nuestro deporte del costalazo. La máscara en la lucha libre
mexicana no es sólo una prenda para cubrir el rostro, es un símbolo
que le proporciona una identidad propia a nuestra lucha en cualquier
parte del mundo. Espero mi columna haya sido de su agrado, me despido
y para la próxima semana seguiremos con éste viaje a través del
tiempo para platicar acerca de las grandes figuras de décadas
pasadas.
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