viernes, 5 de febrero de 2016

La máscara símbolo de poder


Por: Alberto Alejandro Meza

Los saludos nuevamente con el gusto de siempre, ya es viernes y es turno del rudo deporte de las máscaras y las cabelleras.
Pues bien, en el capítulo anterior, les platiqué acerca de un importantísimo personaje, parte de la historia de nuestra lucha libre: Salvador Lutteroth González.
Ya que sin su visionaria manera de ver a las luchas cómo atracción, deporte y negocio, quién sabe que demonios hubiese pasado con éste maravilloso y duro deporte.

Huérfano desde muy joven, muchacho trabajador y hasta revolucionario, inspector de Hacienda y después desempleado, ganador de un buen varo en la Lotería y gracias a su gusto y admiración por la lucha libre, se convierte en empresario, construye la Arena Coliseo y la Arena México, abriendo así uno de los más importantes capítulos de la historia del deporte de nuestro país: Inicia la lucha libre profesional.

Pero aunque Lutteroth es el fundador de las luchas, ya he dado algunos datos de que la lucha cómo competencia y deporte ya existía en diversas partes del orbe, en distintas culturas milenarias y en tiempos remotos así cómo en México desde la época de Maximiliano (hasta a ése wey le gustaban los costalazos).
Así que vamos a lo que nos interesa: La Máscara….

Cómo preámbulo permítanme decirles, que la máscara, tampoco es algo nuevo ni exclusivo de la lucha libre mexicana. Desde tiempos muy antiguos, el ser humano ha utilizado máscaras, cubre su rostro con otra imagen, con otra cara que lo transforma en otro ser, en un ente superior, mágico o fantástico o hasta maligno, con la finalidad de atemorizar a sus enemigos o estar en contacto con los dioses.

Así es cómo los sacerdotes o hechiceros de antaño son poseídos por espíritus, ánimas, dioses o seres de otras dimensiones para hacer llover y obtener una buena cosecha o para tener una abundante caza al portar una máscara. O en casos más extremos, para sacrificar a uno que otro pendejo prisionero de guerra.

Los guerreros milenarios se vuelven aterradores y superiores, con la fuerza y ferocidad de un león, la vista de un águila, los reflejos de un gato, la agilidad de un mono o la velocidad de un cheeta al cubrir su rostro con una máscara.

El simple hecho de llevar en el rostro una máscara implica una transformación, con el paso del tiempo se confeccionan de madera, varas, piel o hasta metal. Pero siempre con un mismo fin: transformarse en otro ser.
Máscaras egipcias, fenicias, vikingas, celtas, chinas, samuráis, aztecas, etc., todas ellas diferentes, en cuanto a su fabricación, su aspecto, su uso, todas ellas fabricadas y utilizadas en distintos lugares, en distintas épocas. Es así cómo la máscara va definiendo poco a poco una nueva y poderosa representación, la cuál va siempre de la mano con el misticismo del simbolismo.

Basta con ponernos una máscara, o un simple maquillaje para experimentar convertirse en un ser diferente al que somos todos los días, no importa si tan sólo la usamos unos minutos, inmediatamente vamos frente a un espejo pa`ver cómo lucimos y sentir que el “Yo” de siempre se ha ido y que el wey que vemos frente al espejo es otro. Lo hacemos tal vez no con el fin de hacer llover o para intimidar al ejército enemigo, lo hacemos simplemente para salir de nuestra rutina y saber que se siente transformarse en un ente diferente. Precisamente eso es lo que hace mágica una máscara, la capacidad que nos permite tener una doble personalidad. (Hasta el puto Batman se tapa la cara).

Quien podría imaginar que esa prenda tan valiosa para las culturas antiguas, trascendería y no se perdería con el correr de los siglos, además de que fue adoptada por el rudo deporte del costalazo.
Y ya hablando de la lucha libre profesional en nuestro país, la máscara es un elemento fundamental y característico de nuestra lucha, no se puede hablar de luchas en México sin hacer referencia a la máscara, se ha convertido en algo muy nuestro, muy mexicano y por extraño que parezca, la máscara y los luchadores que la portaban, no surgieron en nuestro país.

Existen datos de hace un chingo de años, 1873 para ser más preciso, en Francia, en una exhibición de lucha grecorromana, apareció el primer luchador enmascarado del que se tiene registro, que se hacía llamar Le Lutteur Masqué, ¿¿¿Queee???; en español El Luchador enmascarado (¡Ah no mamen! Pero que pinche original y complejo al que se le ocurrió el nombre). Estoy de acuerdo y admito que por aquellos días no existían las máscaras de luchador cómo las conocemos actualmente, ni la gran gama de materiales, de colores y diseños, sé que debió haber sido una máscara de cuero, mal hecha y culerona, pero ¿¿¿y el nombre??? Que no la chinguen.
En fin se considera que éste Luchador Enmascarado fue de los primero deportistas que creyó en la lucha cómo competencia, deporte y espectáculo a la vez.

Ahora bien en 1878 nace en Humboldt, Iowa en Los Estados Unidos otro personaje que daría un giro a la lucha libre cómo deporte y cómo negocio: Frank Gotch.
Luchador profesional que fue una gran figura de su época, al igual que su acérrimo rival, el ruso George Hackenschmidt.
Se enfrentaron en varias ocasiones, la más recordada fue el 3 de abril de 1908, donde el ruso fue vencido por el gringo después de dos horas de un durísimo combate. Pero ¿Por qué mencionar a estos dos gladiadores que no usaban máscara? La razón es que por que ellos, así cómo algunos otros hicieron crecer a la lucha cómo negocio, cómo deporte y cómo competencia. Ya que después de ver a estos colosos, todo mundo deseba ver más combates de lucha libre.
Gotch y Hackenschmidt hicieron despertar el interés por la lucha, la hicieron grande y un poco más tarde llegaría la máscara, que aunque la portarían otros luchadores, le agregaría la magia y fantasía al deporte de las llaves y contrallaves que lo hacen único.

Otro dato interesante y poco conocido, es que el cine de luchadores tampoco se originó en México, los luchadores enmascarados llegan a la pantalla grande en el año 1914, en una película gringa llamada “The Masked Wrestler” (la misma estupidez del nombre otra vez. ¡Chingà! ¿Por qué demonios no se les ocurría otro nombre?).
El filme era de un wey de nombre E. H. Calvert y el actor Francis X. Bushman realizó el papel de un luchador enmascarado, el conflicto llega cuando el wey de la máscara tiene que llevar una doble vida, adoptar una personalidad secreta.
Entonces la actriz que hacía de novia de Bushman, dentro de la trama se enamora en secreto del luchador enmascarado, sin imaginarse siquiera que los dos son la misma persona. Medio pendejo el argumento, pero hay que entender que esta cinta fue exhibida hace poco más de 100 años.
Ya para 1915 por fin hace su aparición el primer luchador enmascarado en los Estados Unidos. Para ser más preciso ésta aparición se dio en New York, en la Manhattan Opera House… ¡Ay Wey!
Hubo un torneo donde se hicieron presentes grandes exponentes de la lucha de aquel entonces cómo Ed “Stranger” Lewis y Wladek Zbyszko (en casa de éste último no conocían las vocales) y por supuesto un misterioso enmascarado llamado “The Marvel Masked” (En fin, ya no diré nada acerca de los originales nombres). Poco después se daría a conocer que el wey de la máscara era un gladiador de nombre Mort Henderson, se cree que se encapuchó inspirándose en una novela de Archibald Clavering Gunter escrita a finales del siglo XIX titulada “That Frenchman”.

En un principio ese misterio cautivo a los aficionados, lo malo es que las nacientes empresas de lucha empezaron a “clonar” al encapuchado y empezaron a proliferar los “Marvel Masked” en los “Uniteds”. Lo anterior aburrió al público gringo y ese interés por saber quién estaba detrás de la máscara se fue perdiendo poco a poco.
Años después en 1934 en México, un luchador de nombre Luis Núñez, se entera del éxito que tuvo en un principio “The Marvel Masked” y decide enmascararse haciéndose llamar “El Enmascarado” ¡Puta madre! ¡Otra vez los nombres! Da coraje…

Pero, cómo ya les había comentado, la máscara no lo es todo, se necesita tener una doble personalidad y una gran capacidad histriónica para desarrollar un personaje arriba del encordado, y precisamente por no tener éste desenvolvimiento, Luis Núñez “El Enmascarado” no tuvo el éxito deseado y pronto desapareció de la escena luchìstica.
Así que “The Marvel Masked” llega a México, bueno, ya estaba en nuestro país, era un luchador de origen gringo de nombre “Gordon McKey”, que hasta entonces luchaba con el sobrenombre de “Ciclón McKey”, decide dejar ese nombre y cubrir su cara. La máscara de cuero que portaría McKey fue fabricada por Antonio Martínez, otro personaje muy importante dentro de la historia de la lucha libre en México.

Es así que en noviembre de 1934 hace su aparición con gran éxito “La Maravilla Enmascarada” ¡Me lleva el Demonio! ¿Desde 1873 no han podido inventar otro chingado nombre? McKey supo cómo interpretar su personaje de manera magistral e incluso nadie se imaginaba que él y “La Maravilla Enmascarada” era la misma persona. También sin imaginarlo McKey resultó ser una inspiración para que los luchadores mexicanos comenzaran a utilizar una máscara. Existen registros de mexicanos en los años 30 que ya utilizaban una máscara para luchar, por ejemplo “El Coyote” y “El Chimpancé”, de los cuáles no se tienen muchos datos. Tal vez el enmascarado mexicano que mayor éxito tuvo en esa década fue Jesús Velázquez, mejor conocido arriba del ring cómo “El Murciélago Enmascarado”. Su recia y misteriosa personalidad, así cómo sus rudezas lo hicieron un personaje misterioso y fascinante a la vez.
Es así cómo el fenómeno de los “Marvel Masked” se extingue poco a poco en los Estados Unidos y en México surgen cada vez más luchadores enmascarados y se le empieza a dar un valor simbólico muy grande a la “tapa”, a tal grado que cuando una rivalidad llega al límite y dos luchadores ya no se soportan, se odian, se lastiman, se humillan, llegan a la modalidad de nuestro deporte del costalazo más importante y mórbida que existe: “Máscara contra Máscara”.
Una lucha uno contra uno a dos de tres caídas sin límite de tiempo, donde se necesita fuerza, condición física, amplio conocimiento del llaveo y contrallaveo y técnica, así cómo se puede recurrir a la rudeza y artimañas para defender lo más preciado que posee un luchador en México: “La Máscara”
El ganador la conserva, y por supuesto que el perdedor debe pagar tributo y entregar tan sagrada prenda a su verdugo. Algunos desenmascarados al mostrar su rostro siguen teniendo éxito y aceptación por parte del aficionado, algunos poco a poco son olvidados hasta desaparecer o portar otra máscara con otro nombre y otro personaje.
De hecho en los años 30 cuando empiezan las luchas por las máscaras, se tenía la idea que los luchadores ocultaban su rostro porque tenían horribles deformidades, ya sea de nacimiento o causadas por algún accidente o porque se trataba de peligrosos criminales prófugos de la justicia.

Bien, lo anterior ha sido parte de la historia de los luchadores enmascarados, cómo llega la máscara a la lucha en México y cómo aquí la adoptamos cómo nuestra, trasformándola en un elemento fundamental y característico de nuestro deporte del costalazo. La máscara en la lucha libre mexicana no es sólo una prenda para cubrir el rostro, es un símbolo que le proporciona una identidad propia a nuestra lucha en cualquier parte del mundo. Espero mi columna haya sido de su agrado, me despido y para la próxima semana seguiremos con éste viaje a través del tiempo para platicar acerca de las grandes figuras de décadas pasadas.

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