Ya es viernes de Lucha Libre
“Fisnisterrìcolas” y aquí estoy nuevamente saludándolos y
escribiendo acerca del rudo “deporte del costalazo”.
La semana pasada les comenté cómo es
que surge la máscara dentro de la lucha, cómo llega a México y de
que manera la adoptamos hasta convertirla en algo propio, nuestro, en
un símbolo de poder y lo más preciado para muchos luchadores.
Recordemos que la máscara, tampoco es
algo nuevo ni exclusivo de la lucha libre mexicana. Desde tiempo muy
remotos la máscara es la representación del bien o del mal, símbolo
que provoca miedo o en caso contrario veneración y admiración.
Al principio de los tiempos, el ser
humano ha portado máscaras, cubre su rostro con otra imagen, con
otra cara que lo transforma en otro ser, en un ente superior, mágico
o fantástico o hasta maligno, con la finalidad de atemorizar a sus
enemigos o estar en contacto con los dioses.
Desde hace algunas décadas, al hablar
de lucha libre mexicana, inmediatamente nos viene a la mente la
imagen de una máscara, en nuestro país, la máscara es un elemento
fundamental y característico de nuestra lucha, no se puede hablar de
luchas en México sin hacer referencia a la máscara, se ha
convertido en algo muy nuestro, muy mexicano y por extraño que
parezca, la máscara y los luchadores que la portaban, no surgieron
en nuestro país.
Les platicaba que el primer luchador
profesional enmascarado del que se tiene registro, surge en Francia
en 1873, conocido “Le Lutteur Masqué”, o sea “El
Luchador Enmascarado”. (Tanto pinche francés pa` la mamada de
nombre).
En 1915 por fin hace su aparición el
primer luchador enmascarado en los Estados Unidos, un misterioso
gladiador nombrado “The Marvel Masked” (Originalidad ante
todo para el nombre). Poco después se daría a conocer la identidad
de éste gladiador: Mort Henderson.
Tiempo después en 1934 en México,
un luchador de nombre Luis Núñez, se entera del éxito que
tuvo en un principio “The Marvel Masked” y decide
enmascararse haciéndose llamar “El Enmascarado” (¡Con
un demonio! ¿No podían inventar otro nombre? No sè, “El Muerto”,
“El Fantasma”, “El Tornado”, “El Asesino”, “El
Sicario”, “El Gangster”, etc.) En fin está comprobado que para
esa época no tenían imaginación para inventarse un mote de
luchador.
Núñez no tiene
éxito y desaparece, entonces surge “Gordon McKey”, luchador
estadounidense que luchaba con el sobrenombre de “Ciclón
McKey”.
En noviembre de 1934 hace su aparición
con gran éxito “La Maravilla Enmascarada”. McKey,
sin pensarlo resultó ser una inspiración para que los luchadores
mexicanos comenzaran a enmascararse.
Es así cómo poco a poco
el fenómeno de los luchadores enmascarados va desapareciendo en los
Estados Unidos y en México surgen cada vez más luchadores
enmascarados, les mencionaba que a la máscara se le va dando un
valor simbólico demasiado grande, a tal grado que cuando una
rivalidad llega al límite y dos luchadores ya no se soportan, se
odian, se lastiman, se humillan, llegan a la modalidad de nuestro
deporte del costalazo más importante y mórbida que existe: “Máscara
contra Máscara”.
Una lucha uno contra uno
a dos de tres caídas sin límite de tiempo, sin importar edad, peso,
jerarquías, no importa si se es rudo o técnico o cuantos
campeonatos se poseen, lo que verdaderamente importa es defender lo
más preciado para un luchador en México: “La Màscara”
Para ello se requiere
fuerza, condición física, amplio conocimiento del llaveo y
contrallaveo y técnica, así cómo se puede recurrir a la rudeza y
artimañas, pero sobre todo se necesita corazón para salir avante en
una lucha tan importante.
El ganador conserva el
misterio y por supuesto que el perdedor debe pagar tributo y entregar
tan sagrada prenda a su verdugo, revelando su nombre real, su edad y
el tiempo que tiene còmo luchador profesional. Algunos
desenmascarados al mostrar su rostro siguen teniendo éxito y
aceptación por parte del aficionado, algunos poco a poco son
olvidados hasta desaparecer o portar otra máscara con otro nombre y
otro personaje.
Bien, ya hablamos mucho
del origen y del valor que tiene la máscara en nuestra lucha libre:
¿Y la cabellera?
Cómo es sabido, en un
principio la mayoría de los luchadores en México no utilizaban
máscara ni un equipo vistoso y colorido, sabían al ring
utilizando un calzón y unas botas, por supuesto sin olvidar un
cabello bien recortado y bien peinado además de un bigotito al puro
estilo de Pedro Infante.
De igual manera no
utilizaban un sobrenombre o un mote para darse a conocer, los
luchadores de antaño usaban sus nombres reales, por ejemplo:
Octavio Gaona, Merced Gómez, Firpo Segura, Daniel Aldana, Héctor
López, Rolando Vera, Al Amezcua, etc.
De hecho las primeras
luchas de apuestas en México ni siquiera eran de “Mascara
contra Máscara”, eran de “Máscara contra Cabellera”,
es decir desde los años 30`s, estos dos elementos ya se habían
convertido en símbolos de poder sin que los mismos luchadores se
hubiesen dado cuenta.
Una de las luchas de esa
índole más recordada sucedió en 1939, cuando Octavio Gaona
despojó de la “tapa” al “Murciélago Enmascarado” que
resultó ser Jesús Velazquez, a quién ya les había
mencionado la semana pasada.
Con el paso de los años
y la evolución que va presentando la lucha libre mexicana, los
encuentros por las máscaras se van convirtiendo en combates de mucha
expectación y muy atractivos para los aficionados, empiezan a caer
máscaras legendarias y a surgir nuevos ídolos de la afición.
Pero ¿Qué pasa con los
luchadores que perdían la máscara o con los que nunca utilizaron
una? Algo tenían que apostar para encumbrarse.
Se requería poner en
juego algo que al perder el rival se sintiera derrotado, pero no sólo
eso: Humillado.
¡Qué mejor humillación
que ser rapado en público! Recuerdo que alguna vez Jesús Reyes
(Máscara año 2000) declaró que es mucho más penoso y humillante
ser pelado en público que despojarse de la incógnita.
Comienzan entonces los
encuentros “Cabellera contra Cabellera” y aunque en ocasiones no
despierta el morbo o la expectativa que genera una lucha por las
máscaras, es otra modalidad de apuesta donde se defiende a toda
costa el cabello, al cuál también se le esta dando el estatus de
poderío (recordemos al pendejo de Sansón, que por unas nalguitas se
quedó pelón, debilucho y madreado).
La lucha por las
cabelleras es hasta cierto punto similar a la de mascaras, un par de
cabrones ya no se aguantan, cada que se encuentran se meten unas
salvajes madrinas, al grado de ya ni siquiera importarles si ganan o
no la lucha, lo que interesa en ese instante es ponerle en su madre
al odiado rival, lastimarlo y humillarlo, y cómo no utilizan máscara
lo que queda es el folículo capilar (o sea la pinche greña) para
apostar en una lucha uno contra uno, un mano a mano para definir
quién es mejor.
La preparación en el
gimnasio es sumamente importante, sin olvidar que se trata de
luchadores profesionales, que al igual que los enmascarados son
expertos en las llaves y contrallaves. Técnica y rudeza son
necesarias para defender éste otro elemento tan preciado e
importante en la lucha libre mexicana: “La Cabellera”.
El ganador conserva el
pelo y obviamente el derrotado es rapado delante de todo el público
asistente a la arena. Humillado y de hinojos el luchador que es
rapado entrega un mechòn de sus cabellos al ganador, el cuál los
recibe y guarda cómo trofeo que de manera simbólica se convierten
en un gran logro dentro de su carrera luchìstica.
Tal vez piensen: “El
pelo vuelve a crecer y ya”, pues si, pero la humillación
sufrida nadie te la quita, así que al crecer el cabello se tiene la
oportunidad de buscar revancha y rapar al verdugo o iniciar o buscar
nuevas rivalidades para poder rapar a algún otro contrincante.
De hecho las luchas de
apuestas por las máscaras o por las cabelleras son de suma
importancia en nuestro país, son luchas que nos dan una identidad
única a nivel mundial, por ejemplo, en Estados Unidos no hay
enmascarados, y los pocos que existen son mexicanos y en teoría si
no hay luchadores con máscara se debería jugar las cabelleras…
pues no, no lo hacen.
En Japón si existen más
enmascarados, pero es muy raro que apuesten sus “Tapas” o sus
pinches greñas. De hecho los luchadores japoneses vienen a México a
entrenar y a perder sus máscaras con los gladiadores nacionales.
Otra modalidad de lucha
de apuesta que existe en México y que es de las primeras en surgir
en los años 30`s es la lucha de “Mascara contra Cabellera”,
aunque no ahondaré mucho en el tema, porque en realidad, no
despierta tanta emoción cómo las anteriores y por lo general en
éste tipo de combates el ganador resulta ser el luchador
enmascarado.
Sin tomar en cuenta
cuestiones de mercadotecnia, el verdadero éxito de la lucha libre
mexicana radica en construir un estilo propio con cualidades
especiales distinguibles en casi cualquier parte del mundo.
Dicho estilo de la lucha libre
mexicana se distingue visualmente desde el uso de máscaras y equipos
vistosos, hasta en su ejecución donde sobresalen los lances y
llaveos por parte de estetas que tienen un físico desarrollado.
El luchador mexicano en general busca
guardar un equilibrio entre la fuerza y la agilidad. De manera
particular, la lucha libre mexicana combina el deporte con el
espectáculo; la atmósfera que se crea en una arena de lucha libre
permite al público transportarse al Coliseo romano y pedir combates
de gran calidad.
Las características más importantes,
por las cuáles la lucha libre es reconocida a nivel mundial son las
máscaras y las cabelleras, esos elementos tan importantes para
muchos luchadores que en realidad guardan el misterio y la fuerza
mítica de la persona que se desempeña en el ring y que crea
un ambiente de misticismo y enigma, dando un toque especial y
emotividad a la lucha de apuestas, las cuales nacieron en México.
Como puede verse, la importancia de la
lucha libre mexicana trasciende fronteras, y es a través de sus
peculiaridades de estilo y creación de leyendas que ha llamado la
atención, grandes figuras heroicas como el Santo o Blue
Demon llevan sus símbolos hacia todas partes. El público se
vuelve cómplice de sus mensajes, pues aunque en el fondo sabe que en
el ring lo que se presenta es un espectáculo, el misticismo y
la religiosidad del evento al cual siguen con pasión, es lo que
conforma una gran realidad como industria cultural.
La lucha libre mexicana se dio como un
fenómeno importado de otros países, pero que adquirió una
singularidad propia debido al uso de máscaras y técnicas de combate
derivados del principio de no resistencia, el cual hace posible hacer
movimientos vistosos sin lastimar al contrario, pero ofreciendo un
espectáculo donde se escenifica principalmente la batalla entre el
bien y el mal, con la figura del técnico y rudo respectivamente.
El público acude a las arenas no con
el afán de ver la destrucción de alguno de los combatientes, sino a
admirar las ejecuciones que hacen los estetas y a calificar la buena
realización, de acuerdo al papel que les corresponde representar
dentro de todo este ritual.
Es cierto que el luchador echa mano de
recursos histriónicos para convencer al público de su papel, pero
también es cierto que para subirse al ring hace falta tener
mucha preparación para cuidar la integridad física propia, así
como la de los compañeros, por lo que el luchador es una figura bien
pensada y preparada que además de cumplir con los requisitos del
entrenamiento físico, se somete a la transformación simbólica a
través de la máscara o la cabellera y el equipo para convencer de
que no es él, sino el personaje, el luchador, el que va a combatir
en el ring, a eso es a lo que se le denomina simplemente,
hacer la lucha.
Por ahora me despido esperando que mi
columna de éste viernes haya sido de su agrado y ahora ya sabemos
porque la máscara y la cabellera son elementos tan importantes y me
atrevo a decir fundamentales en nuestra lucha libre y porque los
encuentros de “Màscara contra Màscara” y “Cabellera
contra Cabellera” son tan electrizantes y emocionantes, ya sea
para conocer un rostro o para ver a un luchador humillado y pelón.
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