domingo, 14 de febrero de 2016

¿Y la cabellera?



Por: Alberto Alejandro Meza

Ya es viernes de Lucha Libre “Fisnisterrìcolas” y aquí estoy nuevamente saludándolos y escribiendo acerca del rudo “deporte del costalazo”.
La semana pasada les comenté cómo es que surge la máscara dentro de la lucha, cómo llega a México y de que manera la adoptamos hasta convertirla en algo propio, nuestro, en un símbolo de poder y lo más preciado para muchos luchadores.
Recordemos que la máscara, tampoco es algo nuevo ni exclusivo de la lucha libre mexicana. Desde tiempo muy remotos la máscara es la representación del bien o del mal, símbolo que provoca miedo o en caso contrario veneración y admiración.

Al principio de los tiempos, el ser humano ha portado máscaras, cubre su rostro con otra imagen, con otra cara que lo transforma en otro ser, en un ente superior, mágico o fantástico o hasta maligno, con la finalidad de atemorizar a sus enemigos o estar en contacto con los dioses.
Desde hace algunas décadas, al hablar de lucha libre mexicana, inmediatamente nos viene a la mente la imagen de una máscara, en nuestro país, la máscara es un elemento fundamental y característico de nuestra lucha, no se puede hablar de luchas en México sin hacer referencia a la máscara, se ha convertido en algo muy nuestro, muy mexicano y por extraño que parezca, la máscara y los luchadores que la portaban, no surgieron en nuestro país.

Les platicaba que el primer luchador profesional enmascarado del que se tiene registro, surge en Francia en 1873, conocido “Le Lutteur Masqué”, o sea “El Luchador Enmascarado”. (Tanto pinche francés pa` la mamada de nombre).
En 1915 por fin hace su aparición el primer luchador enmascarado en los Estados Unidos, un misterioso gladiador nombrado “The Marvel Masked” (Originalidad ante todo para el nombre). Poco después se daría a conocer la identidad de éste gladiador: Mort Henderson.

Tiempo después en 1934 en México, un luchador de nombre Luis Núñez, se entera del éxito que tuvo en un principio “The Marvel Masked” y decide enmascararse haciéndose llamar “El Enmascarado” (¡Con un demonio! ¿No podían inventar otro nombre? No sè, “El Muerto”, “El Fantasma”, “El Tornado”, “El Asesino”, “El Sicario”, “El Gangster”, etc.) En fin está comprobado que para esa época no tenían imaginación para inventarse un mote de luchador.

Núñez no tiene éxito y desaparece, entonces surge “Gordon McKey”, luchador estadounidense que luchaba con el sobrenombre de “Ciclón McKey”.
En noviembre de 1934 hace su aparición con gran éxito “La Maravilla Enmascarada”. McKey, sin pensarlo resultó ser una inspiración para que los luchadores mexicanos comenzaran a enmascararse.
Es así cómo poco a poco el fenómeno de los luchadores enmascarados va desapareciendo en los Estados Unidos y en México surgen cada vez más luchadores enmascarados, les mencionaba que a la máscara se le va dando un valor simbólico demasiado grande, a tal grado que cuando una rivalidad llega al límite y dos luchadores ya no se soportan, se odian, se lastiman, se humillan, llegan a la modalidad de nuestro deporte del costalazo más importante y mórbida que existe: “Máscara contra Máscara”.
Una lucha uno contra uno a dos de tres caídas sin límite de tiempo, sin importar edad, peso, jerarquías, no importa si se es rudo o técnico o cuantos campeonatos se poseen, lo que verdaderamente importa es defender lo más preciado para un luchador en México: “La Màscara”
Para ello se requiere fuerza, condición física, amplio conocimiento del llaveo y contrallaveo y técnica, así cómo se puede recurrir a la rudeza y artimañas, pero sobre todo se necesita corazón para salir avante en una lucha tan importante.
El ganador conserva el misterio y por supuesto que el perdedor debe pagar tributo y entregar tan sagrada prenda a su verdugo, revelando su nombre real, su edad y el tiempo que tiene còmo luchador profesional. Algunos desenmascarados al mostrar su rostro siguen teniendo éxito y aceptación por parte del aficionado, algunos poco a poco son olvidados hasta desaparecer o portar otra máscara con otro nombre y otro personaje.

Bien, ya hablamos mucho del origen y del valor que tiene la máscara en nuestra lucha libre: ¿Y la cabellera?
Cómo es sabido, en un principio la mayoría de los luchadores en México no utilizaban máscara ni un equipo vistoso y colorido, sabían al ring utilizando un calzón y unas botas, por supuesto sin olvidar un cabello bien recortado y bien peinado además de un bigotito al puro estilo de Pedro Infante.

De igual manera no utilizaban un sobrenombre o un mote para darse a conocer, los luchadores de antaño usaban sus nombres reales, por ejemplo: Octavio Gaona, Merced Gómez, Firpo Segura, Daniel Aldana, Héctor López, Rolando Vera, Al Amezcua, etc.
De hecho las primeras luchas de apuestas en México ni siquiera eran de “Mascara contra Máscara”, eran de “Máscara contra Cabellera”, es decir desde los años 30`s, estos dos elementos ya se habían convertido en símbolos de poder sin que los mismos luchadores se hubiesen dado cuenta.
Una de las luchas de esa índole más recordada sucedió en 1939, cuando Octavio Gaona despojó de la “tapa” al “Murciélago Enmascarado” que resultó ser Jesús Velazquez, a quién ya les había mencionado la semana pasada.

Con el paso de los años y la evolución que va presentando la lucha libre mexicana, los encuentros por las máscaras se van convirtiendo en combates de mucha expectación y muy atractivos para los aficionados, empiezan a caer máscaras legendarias y a surgir nuevos ídolos de la afición.
Pero ¿Qué pasa con los luchadores que perdían la máscara o con los que nunca utilizaron una? Algo tenían que apostar para encumbrarse.
Se requería poner en juego algo que al perder el rival se sintiera derrotado, pero no sólo eso: Humillado.

¡Qué mejor humillación que ser rapado en público! Recuerdo que alguna vez Jesús Reyes (Máscara año 2000) declaró que es mucho más penoso y humillante ser pelado en público que despojarse de la incógnita.
Comienzan entonces los encuentros “Cabellera contra Cabellera” y aunque en ocasiones no despierta el morbo o la expectativa que genera una lucha por las máscaras, es otra modalidad de apuesta donde se defiende a toda costa el cabello, al cuál también se le esta dando el estatus de poderío (recordemos al pendejo de Sansón, que por unas nalguitas se quedó pelón, debilucho y madreado).

La lucha por las cabelleras es hasta cierto punto similar a la de mascaras, un par de cabrones ya no se aguantan, cada que se encuentran se meten unas salvajes madrinas, al grado de ya ni siquiera importarles si ganan o no la lucha, lo que interesa en ese instante es ponerle en su madre al odiado rival, lastimarlo y humillarlo, y cómo no utilizan máscara lo que queda es el folículo capilar (o sea la pinche greña) para apostar en una lucha uno contra uno, un mano a mano para definir quién es mejor.

La preparación en el gimnasio es sumamente importante, sin olvidar que se trata de luchadores profesionales, que al igual que los enmascarados son expertos en las llaves y contrallaves. Técnica y rudeza son necesarias para defender éste otro elemento tan preciado e importante en la lucha libre mexicana: “La Cabellera”.
El ganador conserva el pelo y obviamente el derrotado es rapado delante de todo el público asistente a la arena. Humillado y de hinojos el luchador que es rapado entrega un mechòn de sus cabellos al ganador, el cuál los recibe y guarda cómo trofeo que de manera simbólica se convierten en un gran logro dentro de su carrera luchìstica.

Tal vez piensen: “El pelo vuelve a crecer y ya”, pues si, pero la humillación sufrida nadie te la quita, así que al crecer el cabello se tiene la oportunidad de buscar revancha y rapar al verdugo o iniciar o buscar nuevas rivalidades para poder rapar a algún otro contrincante.
De hecho las luchas de apuestas por las máscaras o por las cabelleras son de suma importancia en nuestro país, son luchas que nos dan una identidad única a nivel mundial, por ejemplo, en Estados Unidos no hay enmascarados, y los pocos que existen son mexicanos y en teoría si no hay luchadores con máscara se debería jugar las cabelleras… pues no, no lo hacen.
En Japón si existen más enmascarados, pero es muy raro que apuesten sus “Tapas” o sus pinches greñas. De hecho los luchadores japoneses vienen a México a entrenar y a perder sus máscaras con los gladiadores nacionales.
Otra modalidad de lucha de apuesta que existe en México y que es de las primeras en surgir en los años 30`s es la lucha de “Mascara contra Cabellera”, aunque no ahondaré mucho en el tema, porque en realidad, no despierta tanta emoción cómo las anteriores y por lo general en éste tipo de combates el ganador resulta ser el luchador enmascarado.

Sin tomar en cuenta cuestiones de mercadotecnia, el verdadero éxito de la lucha libre mexicana radica en construir un estilo propio con cualidades especiales distinguibles en casi cualquier parte del mundo.
Dicho estilo de la lucha libre mexicana se distingue visualmente desde el uso de máscaras y equipos vistosos, hasta en su ejecución donde sobresalen los lances y llaveos por parte de estetas que tienen un físico desarrollado.
El luchador mexicano en general busca guardar un equilibrio entre la fuerza y la agilidad. De manera particular, la lucha libre mexicana combina el deporte con el espectáculo; la atmósfera que se crea en una arena de lucha libre permite al público transportarse al Coliseo romano y pedir combates de gran calidad.
Las características más importantes, por las cuáles la lucha libre es reconocida a nivel mundial son las máscaras y las cabelleras, esos elementos tan importantes para muchos luchadores que en realidad guardan el misterio y la fuerza mítica de la persona que se desempeña en el ring y que crea un ambiente de misticismo y enigma, dando un toque especial y emotividad a la lucha de apuestas, las cuales nacieron en México.

Como puede verse, la importancia de la lucha libre mexicana trasciende fronteras, y es a través de sus peculiaridades de estilo y creación de leyendas que ha llamado la atención, grandes figuras heroicas como el Santo o Blue Demon llevan sus símbolos hacia todas partes. El público se vuelve cómplice de sus mensajes, pues aunque en el fondo sabe que en el ring lo que se presenta es un espectáculo, el misticismo y la religiosidad del evento al cual siguen con pasión, es lo que conforma una gran realidad como industria cultural.
La lucha libre mexicana se dio como un fenómeno importado de otros países, pero que adquirió una singularidad propia debido al uso de máscaras y técnicas de combate derivados del principio de no resistencia, el cual hace posible hacer movimientos vistosos sin lastimar al contrario, pero ofreciendo un espectáculo donde se escenifica principalmente la batalla entre el bien y el mal, con la figura del técnico y rudo respectivamente.
El público acude a las arenas no con el afán de ver la destrucción de alguno de los combatientes, sino a admirar las ejecuciones que hacen los estetas y a calificar la buena realización, de acuerdo al papel que les corresponde representar dentro de todo este ritual.
Es cierto que el luchador echa mano de recursos histriónicos para convencer al público de su papel, pero también es cierto que para subirse al ring hace falta tener mucha preparación para cuidar la integridad física propia, así como la de los compañeros, por lo que el luchador es una figura bien pensada y preparada que además de cumplir con los requisitos del entrenamiento físico, se somete a la transformación simbólica a través de la máscara o la cabellera y el equipo para convencer de que no es él, sino el personaje, el luchador, el que va a combatir en el ring, a eso es a lo que se le denomina simplemente, hacer la lucha.

Por ahora me despido esperando que mi columna de éste viernes haya sido de su agrado y ahora ya sabemos porque la máscara y la cabellera son elementos tan importantes y me atrevo a decir fundamentales en nuestra lucha libre y porque los encuentros de “Màscara contra Màscara” y “Cabellera contra Cabellera” son tan electrizantes y emocionantes, ya sea para conocer un rostro o para ver a un luchador humillado y pelón.





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