sábado, 26 de marzo de 2016

Antonio Martínez: El fabricante de máscaras



Por: Alberto Alejandro Meza.


Los saludo nuevamente, ya es viernes otra vez y cómo ya es costumbre les escribo algunas líneas acerca de nuestro recio deporte de las máscaras y cabelleras.
Ya les he platicado el porque la lucha libre mexicana posee misticismo y magia, cómo y porque desde hace décadas el luchador mexicano se ha convertido en un ser mítico y poderoso.
Un punto que hay que destacar es el siguiente: El que la lucha libre en México lleve vigente más de ocho décadas, se debe al proceso de valoración que la gente le ha dado a través de los años. Los aficionados de ayer y hoy proporcionan a la lucha libre un valor simbólico tan grande, que en la actualidad es uno de los deportes más importantes y populares y que cuenta con un gran número de seguidores.
La lucha libre mexicana independientemente de ser un deporte, un negocio y un espectáculo, desde que existe es simple y llanamente la representación de la eterna lucha entre el bien y el mal, representación que se menciona desde tiempos muy remotos en las culturas milenarias, (desde hace un chingo de años, Dioses y Demonios ya de detestaban y se ponían en su madre) y eso la hace diferente a otros deportes e incluso a otras luchas alrededor del mundo. En nuestro país desde los años 30`s, y hasta nuestros días, el luchador debe de tener una doble personalidad y hasta una gran capacidad histriónica para interpretar un personaje arriba del encordado.
La lucha libre mexicana es entonces realidad y fantasía al mismo tiempo. La preparación, el entrenamiento, los golpes, las llaves, las rivalidades, son totalmente verdaderas, (y vaya que todo es real, yo entrené algún tiempo y te paran unas buenas madrinas) al fin y al cabo es una competencia donde el objetivo es ser mejor que el otro y derrotarlo basándose en los conocimientos luchìsticos adquiridos durante los años de gimnasio, además de las malas mañas y las marrullerías que se van aprendiendo sobre la marcha.
La fantasía surge cuando uno acude a una arena y se transporta a otra dimensión, las máscaras y cabelleras se hacen presentes, dioses, seres mitológicos, criaturas de ultratumba, entes celestiales, personajes históricos, animales y fuerzas de la naturaleza se enfrentan entre sí para ser el mejor y obtener la supremacía;
he ahí el lado fantástico y único de la lucha libre mexicana.
Ahora bien, no importa si se es rudo o técnico, no importa si se usa una máscara o se porta una gran melena, lo verdaderamente importante es estar bien entrenado y ser un atleta, un luchador completo con los conocimientos suficientes para dar un excelente combate…
Pero a pesar de que el entrenamiento y el perfeccionamiento de la técnica luchìstica es sumamente importante, lo indispensable para ser un buen luchador es precisamente desarrollar un personaje arriba del cuadrilátero.
Porque si nadie cree en el personaje el luchador ésta jodido, mejor que se dedique a vender tacos o a manejar un puto micro.
Para ser luchador debes ser amado u odiado, pero nunca ignorado.
Si el luchador técnico se lleva las porras y los aplausos, está realizando bien su chamba y desempeñando un excelente personaje que representa la bondad, la justicia y el heroísmo, con lo que se irá convirtiendo en un ídolo de las multitudes.
Si el luchador es rudo y es tramposo, montonero, manchado, culero, desquiciante y el público asistente a la arena lo llena de majaderías y mentadas de madre a cada rato. ¿Qué significa esto? Pues que el rudo también está haciendo de maravilla su trabajo y su personaje será entonces conocido cómo villano, mal nacido e hijo de puta.
En lo personal a mi me agradan un chingo ese tipo de luchadores rudos, cómo El Cavernario Galindo, El Espanto I, El Perro Aguayo (No sé demonios hacía de técnico un wey de ese calibre) Cien Caras, El Último Guerrero y hasta el mismo Atlantis, que cómo rudo de verdad que era desquiciante el cabròn.
Y aunque en la mayoría de los casos las mentadas se las llevan los rudos por tramposos, también han existido grandes rudos que han sido ovacionados por su quehacer luchìstico y por sus artimañas.
Les platicaba de la importancia y el valor simbólico que se le ha dado a través de los años a la máscara y a la caballera, tal vez un poco más a la “tapa”, y les contaba donde y cómo surge y cómo es que llega a nuestro país y la adoptamos cómo propia hasta convertirse en un elemento fundamental en nuestra lucha libre, cómo es que se apuesta y cómo es que se vuelve un símbolo distintivo del luchador mexicano alrededor del mundo.
Pero… ¿Quién hacía las máscaras? ¿Las hacían ellos mismos? ¿Las pedían por catalogo? ¿Las compraban en el Walmar? ¿Venían en las cajas de Zucaritas? ¿O las cambiaban por 3 tapa-roscas?
Pues no, aquí es donde hace su aparición otro personaje muy importante dentro de la historia de la lucha libre mexicana:
Antonio Humberto Martínez
Se tiene el dato de que Antonio, llega al entonces denominado Distrito Federal por allá del año 1928, era un chamaco de 16 años de edad. Venía del Estado de Guanajuato, de la ciudad de León para ser más preciso y cómo mucha gente proveniente de provincia, acudía a la cada vez más grande capital del país para probar suerte y hacer fortuna.
De oficio zapatero, Antonio tenía un amplio conocimiento en el entonces negocio del calzado, pero no tenía los medios y por ende carecía del varo necesario para poner un negocio propio.
Así que cómo muchos otros, entró a chambear en un taller de zapatos no muy grande yu después en una fábrica textil. Le chingò bastante con el afán de subir y no ser siempre un simple obrero, lo cuál logro y después de un tiempo y gracias a su buen desempeño llegó a ocupar el cargo de Secretario General del Sindicato de la fábrica para la cuál laboraba. (Grillo el Sr. Martínez).
En ese cargo no duró mucho tiempo ya que a él le interesaba el bienestar de los trabajadores, así que consolidó un sindicato independiente y éste acto hizo que los
dueños de la empresa se encabronaran y despidieran, eso si, no sin antes darle algo de varo cómo liquidación y en efectivo.
La marmaja que recibió no era mucha en realidad y decide seguir en el ámbito del calzado y por fin abre su propio negocio llamado “Zapatería Martínez” en la colonia Santa María la Redonda, cerca de una Arena de lucha Libre conocida còmo La Arena Libertad (que en nuestros días ya no existe).
Pero Antonio, no fabricaba zapatos para un uso cotidiano, se especializó para hacer calzado para practicar box, futbol soccer y ciclismo.
Y bueno, teniendo el changarro cerca de la arena, fue inevitable que Antonio acudiera a ver las luchas, y aunque en su mayoría participaban luchadores foráneos, el entretenimiento y el gusto por el deporte del costalazo ya existía.
Entre los pocos luchadores mexicanos que se presentaban en la Arena Libertad, estaba “El Charro Aguayo” (Francisco Aguayo Escoboza) a quién Antonio Martínez apoyaba y seguía.
De algún modo Antonio y el “Charro” se hicieron cuates y al enterarse que Antonio se dedicaba a la fabricación de calzado deportivo le pidió que le hiciera unas botas especialmente para luchar, ya que en ese entonces “El Charro” subía al ring con unas chingadas botas de boxeador.
El calzado de pugilista era muy blando, corto y ajustado, con una suela muy delgada para aguantar el brincar de puntitas durante varios rounds.
Guiado por Aguayo, Antonio comenzó a confeccionar el calzado ideal para desempeñar la lucha libre. Después de varios intentos fallidos las botas para luchar eran una realidad: Se ajustaban de manera natural al pié y la pierna, anchas, largas, con un material más grueso y resistente para evitar madrearse los tobillos y amortiguar los madrazos en la columna vertebral en cada lance o caída.
El Charro” quedó satisfecho con nuevas botas y mandó a hacer más pares, para luego recomendar al fabricante y es así cómo Antonio empieza a tener un chingo de trabajo y harto varo haciendo botas de luchador, mandando al carajo el calzado para el box y el fut.
Pero eso no fue todo, el mismo Antonio no sabía lo que el destino le tenía preparado, sin saberlo el se convertiría en un personaje muy importante en la historia de nuestra lucha.
Cierto día “El Charro Aguayo” acudió con Antonio a su negocio a pedirle otras botas, pero no iba solo, iba en compañía de un valedor suyo, un luchador gringo de nombre Gordon McKey ¿Lo recuerdan? Si han dado seguimiento a mis columnas seguro se acordarán.
McKey no iba a comprar botas, le pidió a Antonio que le fabricara una máscara, una máscara que cubriera totalmente su rostro, que se ajustara perfectamente a su cabeza y que fuera difícil de quitar, pero cómoda para luchar.
Antonio aceptó el reto y le tomó varias medidas al rostro del luchador extranjero.
A pesar de no contar con los materiales que existen hoy en día, Antonio realizó un espléndido trabajo (cabe destacar que esa primera máscara fue confeccionada con materiales para hacer zapatos, por lo cuál considero que se le debe dar más mérito aún).
También hay que considerar que al fabricarse con materiales difíciles de manejar, la máscara del McKey no era ni muy vistosa, ni muy colorida, pero gracias a ésta “tapa”,
el luchador norteamericano debuta enmascarado en noviembre de 1934 y hace su aparición con gran éxito con el mote de “La Maravilla Enmascarada”
Portando la máscara que Antonio Martínez confeccionó.
McKey le solicitó al ahora mascarero que le fabricara más para tener de repuesto y no sólo él, pronto Martínez adquiere fama cómo fabricante de máscaras y pronto le comienzan a caer nuevos clientes.
Figuras de la época acudían a él para que les hiciera sus “tapas”, luchadores cómo: “El Enfermero”, “El Médico Asesino”, El Gladiador” entre otros ocultaban sus rostros con máscaras hechas por Antonio Humberto Martínez.
Con el paso de los años, Víctor Martínez, hijo de Antonio, preservaría la tradición de ser mascarero, el nombre y el negocio que su padre empezó hace décadas ahora son suyos, de hecho tiene su local muy cerca de la Arena México, donde podemos apreciar la primera máscara que su padre confeccionó y algunas “tapas” legendarias, cómo la de “Atlantis”, “Huracán Ramírez” “El Matemático” “Súper Astro” entre muchos otros.
El posee ahora el secreto de cómo fabricar máscaras, pero lo más importante, continúa con el legado de Antonio Martínez: “El fabricante de máscaras”.
Pues bien, por hoy concluyo mi columna con éste importante personaje de la lucha libre mexicana, porque ya les había platicado mucho de la máscara en México, pero no de quién la fabricó por primera vez en nuestro país.
Deseo les haya gustado y nos leemos la próxima semana conociendo más datos, nombres y hazañas del rudo “deporte del costalazo”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario